T.J. es un adolescente introvertido y sin amigos que acaba de perder a su madre y vive con su padre en casa de su abuela. En el instituto es el blanco favorito del matón de turno y, por si fuera poco, se cruza en su vida un perroflauta okupa con ínfulas de filósofo que no sabe si quiere arreglarle la existencia o terminar de hundírsela.
Hesher es una curiosa y equilibrada mezcla de drama y comedia con ligeros toques de fantasía y surrealismo. No tiene momentos de partirse la caja de risas, pero tampoco está continuamente metiéndote el dedo en el ojo buscando la lágrima fácil, a pesar de tocar temas sumamente tristones. Es como si en un típico melodrama de sobremesa se colase un personaje despistado de otra peli, este Hesher, una especie de moje jedi metalero caótico, que siempre aparece en el momento justo, que (casi) siempre dice las palabras adecuadas a cada momento (aunque no lo parezca en un principio) y al que nunca le piden responsablidades por sus acciones. Una interpretación sobresaliente de Joseph Gordon-Lewitt en un papel alejado de su imagen más conocida en grandes producciones. Todo lo contrario que Natalie Portman, que sigue patinando en sus elecciones de personajes; aquí aparece en un pequeño papel bastante flojo con ciertas reminiscencias a la inversa de su actuación en Beautiful girls.
Básicamente, el tema principal del que nos quiere hablar el director debutante Spencer Susser es el sentimiento de pérdida y su aceptación, y la relativamente excesiva importancia que le damos a lo que perdemos, frente a lo poco que apreciamos lo que seguimos teniendo. Memorable en este sentido el discurso (y el paseillo) final, que molan un huevo (jajaja, chiste spoiler).
En fin, Hesher no es una cinta para todos los gustos, especialmente si buscas realismo 100% (se salta continuamente la credibilidad de lo que está contando frente a la necesidad de lo que quiere contar), pero tiene su punto y merece dedicarle 100 minutejos.