Alucarda, la hija de las tinieblas, dirigida por Juan López Moctezuma (La mansión de la locura, Mary, Mary, Bloody Mary), es una obra delirante del cine de horror mexicano que se aleja con osadía de las convenciones del género. La película es una explosión visceral de iconografía religiosa distorsionada, locura y erotismo lésbico reprimido, envuelta en una estética gótica profundamente inquietante y perturbadora. Protagonizan Susana Kamini (Prisión de mujeres, Hay que parar a la delantera), Claudio Brook (La venganza de un hombre llamado Caballo, El pez que fuma), David Silva (El castillo de la pureza, Los albañiles), Tina Romero (Chin Chin el teporocho, Flores de papel) y Lili Garza (Renuncia por motivos de salud, El vuelo de la cigüeña).
Sinopsis de «Alucarda, la hija de las tinieblas»
Justine es una joven huérfana que llega a un convento regentado por unas enigmáticas monjas. Allí forja una intensa y perturbadora amistad con Alucarda, una muchacha misteriosa y de espíritu rebelde. Lo que comienza como una conexión inocente, pronto se transforma en un ritual de transgresión y sacrilegio, invocando fuerzas demoníacas que amenazan con destruir el convento y las almas de sus habitantes.
Prepárate para ser seducido por la hija de las tinieblas
Juan López Moctezuma impregna Alucarda con una estética visual que roza lo onírico y lo pesadillesco. La dirección de arte es exquisita en su decadencia, con conventos góticos, túnicas ensangrentadas, crucifijos invertidos, rituales blasfemos y la constante presencia de simbolismo católico retorcido. La fotografía, oscura y saturada de rojos y azules profundos, acentúa la sensación de claustrofobia y desesperación.
Las actuaciones, especialmente las de Tina Romero como Alucarda y Susanna Kamini como Justine, son hipnóticas. Romero encarna la seducción del mal con una intensidad inquietante, entre la inocencia pervertida y la furia demoníaca, elevando el tono al delirio absoluto; Kamini, por su parte, aporta un aire de vulnerabilidad que contrasta con la intensidad de su compañera, transmitiendo de manera desgarradora y trágica su gradual corrupción.
Donde la película realmente sobresale es en su capacidad para generar una sensación de malestar profundo. No se apoya en sustos y sobresaltos facilones, sino en la acumulación de imágenes perturbadoras, rituales blasfemos y una atmósfera de histeria colectiva. Las escenas de posesión, los sacrificios y la lucha desesperada entre la fe y el demonio son impactantes, no por su gore explícito (aunque lo hay), sino por la brutalidad de su implicación.
Es cierto que la narrativa puede resultar errática para algunos, saltando entre secuencias de manera casi surrealista. Sin embargo, esta estructura fragmentada contribuye a la sensación de un delirio que se descontrola, arrastrando al espectador a un abismo de locura. La banda sonora, con sus cánticos gregorianos distorsionados y ruidos chirriantes, potencia aún más esta inmersión en el infierno.
Más allá de sus imágenes impactantes, la cinta propone una profunda reflexión sobre los métodos opresivos de las instituciones religiosas, el fanatismo, la sexualidad y la eterna lucha entre el bien y el mal. El convento no es un refugio espiritual, sino un lugar de tortura emocional y física, donde el miedo al pecado anula cualquier atisbo de humanidad. En ese contexto, la posesión demoníaca se presenta casi como una forma de liberación.
Trailer de «Alucarda, la hija de las tinieblas»
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