Orígenes es una película que prometía mucho y que ha sido un gran puuuf a medida que iba transcurriendo la historia. Más, sin grandes spoilers, tras el salto.
La historia comienza con Ian Gray (Michael Pitt) contándonos a qué se dedica y retrocediendo 8 años, época en la que comienza a cambiar su vida.

En una fiesta de disfraces se acerca a una chica solitaria y después de hablar un rato con ella le pregunta si puede tomar una foto de sus ojos alegando que siente fascinación por esa parte del cuerpo y lo hace siempre que puede. Ella en ningún momento se quita el pasamontañas, ni siquiera durante el sexo.

En el momento en el que él pasa la fotografía al ordenador, se da cuenta de que los ojos de esa chica misteriosa también son inusuales. No sabe nada de ella, ni siquiera su nombre pero quiere encontrarla. Y… casi por casualidad lo logra.

A partir de ese momento es cuando empieza a girar un poco la historia. Él es un científico, muy científico. Pragmático, racional… y ella (Astrid Berges-Frisbey) es todo lo contrario, cree en las reencarnaciones y en el mundo espiritual en general.  Esta mezcla nos hace ver dos puntos de vista sobre el mundo y nos podemos decantar por uno o por el otro, lo cual está bien. Pero… resulta tan típico que chirría.

Un hecho traerá consigo una serie de acontecimientos que cambiarán la vida de Gray y con la llegada de su primer hijo volverán a su mente recuerdos que no tenía tan enterrados.

Y ahí, justo cuando nos acercamos al final es, cuando para mí, este personaje e historia pierde todo aquello que me estaba gustando.
Siendo una cinta independiente esperaba que se mojase más hacia el lado de las creencias de Ian que hacia las de Sofi (la manera fácil, como para contentar a la mayoría.)

Esto es todo lo que puedo contar sin despedazarla.

¿Merece la pena verla? Sí, en general es un buen film y si no eres tan tiquismiquis con estos temas estoy segura de que te gustará más que a mí.