Entrevista extraída completamente de la edición online de ABC del 5/09/2011.
—Para interpretar a Sigmund Freud en «Un método peligroso» no solo ha contado con su correspondencia, sino que, además, ha rodado en Viena, en su casa.
—Sí, y David (Cronenberg), Christopher Hampton (el guionista) y yo hemos tenido mucha suerte teniendo acceso a ese material. Aunque cuando Freud se fue de Viena se llevó todos los libros y sus cosas a Inglaterra, y ahora en el Museo de Freud de Hampstead tienen hasta su silla. Pero para mí fue muy interesante poder pasear por la calle por la que él lo hacía, y lo que me gustó fue hacer la escena en la que saludo a Carl Jung (su alumno y psiquiatra, con el que entabla amistad y rivalidad en la película) en los mismos escalones que durante décadas la gente pisaba para ser analizada y escuchada por Freud. Antes de rodar fui un par de veces en invierno y en primavera para pasear por ahí, porque Freud paseaba todos los días para preparar su cuerpo y su mente antes de sentarse a trabajar durante horas, aunque lloviera.
—Creo que a usted también le gustan los paseos.
—Mucho. Lo hago todos los días, y de hecho esta mañana he madrugado para hacerlo cuando todavía hacía fresquito y la temperatura era agradable.
—¿Usted se ha psicoanalizado alguna vez? Especialmente habiéndose criado en Argentina.
—Pero yo me fui mucho antes de poder hacerlo (ríe), aunque en Argentina es algo enorme. En Buenos Aires es un tema de conversación constante, y si no has ido, alguien de tu familia es un terapeuta. Hace unos veinte años yo sí fui durante un corto periodo de tiempo y fue algo parecido a lo que hubiera sido con Freud. Básicamente es alguien escuchándote.
—¿Y le ayudó?
—Sí, me ayudó el hablar con alguien que no tenía ninguna implicación emocional con lo que yo le contaba. Simplemente me escuchaba, y eso me resultaba liberador.
—¿Qué opina de la relación de Freud y Carl Jung?
—Creo que sus ideas no eran tan distintas. Jung dijo: «Vamos a curar a la gente». Y Freud dijo: «No vamos a curarlos, pero al menos van a tener conciencia de lo que son y de lo que les ocurre, y así luego pueden actuar en consecuencia». Ambos intentaban hacer que la gente fuera consciente de lo que sentía, así que la idea de una confesión sin castigo, de escuchar, era una forma de demostrar que alguien te importa. Cuando Freud estudió en París, alguien le dijo: «El truco consiste en mirar algo durante mucho tiempo, una y otra vez, porque luego empezará a decirte algo. Hay muchos pacientes involucrados y algo te hablará a ti». Y Freud lo describió algo así como que, aunque una persona no diga nada, la verdad acabará saliendo a través de las yemas de sus dedos, de su piel, así que solo hay que prestar atención y escuchar. En cualquier relación afectiva, ya sea de padre e hijo, amigos o entre adultos, escuchar es nuestra cura del amor. Jung y Freud eran inteligentes y sus conflictos tienen más que ver con sus inseguridades personales. He hecho muchas otras películas, incluidas «Una historia de violencia» y «Promesas del Este», también de David, en la que la comunicación se daba más a través de los gestos que de las palabras. Aquí las palabras son más gestos que los gestos físicos. Hay fisicalidad en los personajes, sobre todo en el de Keira Knightley, y cada uno tiene su forma de controlarla y buscar su forma. Yo lo hice caminando, copiando información, sentándome, fumando puros…
—¿Cómo es su relación con David Cronenberg?
—Esta película fue una casualidad, y tuve suerte, porque Christopher Waltz («Malditos Bastardos», «Un dios salvaje», también a concurso en Venecia), iba a hacer de Freud y en el último momento decidió hacer otra cosa («Agua para elefantes»). Fue un golpe de suerte, como en «El señor de los anillos», algo inesperado que de pronto haces. Habiendo trabajado anteriormente dos veces con David y estando ambos en la misma página, en el sentido de que trabajamos igual y tenemos el mismo sentido del humor, para él fue mucho más fácil, y supongo que un alivio el saber que no tenía que empezar a conocer al actor de uno de los personajes principales. Por mi parte, sabía que estaba en buenas manos y que podía confiar en él.
—Tengo entendido que es usted muy pulcro.
—Bueno, soy muy desordenado en muchas cosas, pero hay dos cosas que siempre hago: lavo mi ropa y lavo los platos, y aunque todo esté desordenado, está limpio.
—Como David Beckham.
—Seguro que es más ordenado que yo. ¿Parezco un desastre? La verdad es que lo lavo todo constantemente.
—Sé que es un forofo del fútbol y que su equipo es el argentino San Lorenzo, pero en España es del Madrid.
—Claro que sí. ¡Hala Madrid! Pero tengo que decir que Mourinho es el Otto Gross (personaje de la película que no reprime sus impulsos) de los técnicos. Cuando habla no se saben las consecuencias. Dice las cosas y no se sabe si es un loco o está calculando.