
Los girasoles ciegos es un drama de posguerra dirigido por el maestro José Luis Cuerda (La marrana; Así en el cielo como en la tierra; La lengua de las mariposas) y escrito en colaboración con el inigualable Rafael Azcona (Son de mar; El paraíso ya no es lo que era; La marcha verde). La película es una adaptación de la aclamada novela de Alberto Méndez, y busca sumergir al espectador en la atmósfera opresiva de la Galicia de 1940, un periodo marcado por el miedo y la represión franquista. Protagonizan Maribel Verdú (El laberinto del fauno; Siete mesas de billar francés; El niño de barro), Javier Cámara (La vida secreta de las palabras; Alatriste; La torre de Suso) y Raúl Arévalo (¿Por qué se frotan las patitas?; El camino de los ingleses; Tocar el cielo).
Sinopsis de «Los girasoles ciegos»

Elena mantiene una fachada de normalidad para ocultar dos dolorosos secretos: su marido, Ricardo, un republicano perseguido, vive escondido en el dormitorio principal, y su hija adolescente se ha fugado embarazada. La frágil estabilidad de Elena se ve amenazada por la aparición de Salvador, un joven diácono que, creyéndola viuda, se obsesiona con ella.
El miedo como atmósfera
Los girasoles ciegos del título aluden a aquellos que buscan la luz pero no pueden verla, una metáfora precisa de los personajes que viven ocultos, física y espiritualmente. Este símbolo sirve para hablar de una sociedad cegada por la fe impuesta y la represión ideológica. La religión, lejos de ofrecer consuelo, se muestra como instrumento de control y deseo reprimido.

La fuerza de la película reside en la tensión constante que genera el núcleo dramático que conforma el triángulo protagonista. La casa se convierte en un refugio y, a la vez, en una trampa claustrofóbica. Cuerda y Azcona construyen un relato íntimo sobre la derrota, el autoengaño como mecanismo de supervivencia y la moralidad sofocante impuesta por la Iglesia y el régimen.
El otro pilar de la cinta es su brillante reparto, destacando especialmente las interpretaciones de su terceto protagonista: Maribel Verdú ofrece un retrato conmovedor de la mujer en la posguerra a través de una interpretación contenida y poderosa que transmite el sufrimiento y la resistencia de una madre atrapada en una realidad insostenible. Javier Cámara brilla en un papel introspectivo donde, más que con palabras, el silencio y la mirada logran transmitir la desesperación y la inmovilidad de un hombre que se convierte en una sombra en su propio hogar. Raúl Arévalo da vida al diácono Salvador, un personaje complejo que representa el fanatismo reprimido, la confusión vocacional y la represión sexual.

La puesta en escena, austera y cargada de simbolismo, remite al tono gris y claustrofóbico de la España de los años 40. El uso de interiores cerrados y la luz tamizada refuerzan esa sensación de encierro físico y moral que domina a los personajes.
El guion equilibra con delicadeza el melodrama íntimo y la denuncia histórica. No hay héroes ni villanos absolutos: hay víctimas de un tiempo que devora cualquier impulso vital. La tensión entre deseo y culpa, fe y represión, se sostiene en diálogos mínimos, donde lo que no se dice pesa más que lo dicho.
En conclusión, estamos ante un drama sobrio y conmovedor que retrata con crudeza la opresión ideológica, moral y sexual que impregnó la vida cotidiana bajo el franquismo. La dirección elegante y precisa de José Luis Cuerda captura el tono melancólico y áspero de la época, dando una muestra de las heridas invisibles de la posguerra española, a través de un retrato íntimo del miedo y la dignidad silenciada.

Trailer de «Los girasoles ciegos»
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