Rayne se verá forza a luchar contra los nazis en la Europa de la II Guerra Mundial, encontrándose cara a cara con Ekart Brand , un líder nazi que intentará inyectarle a Hitler la sangre de Rayne. De esta forma, convertiría a su líder en un dhampir, es decir, un inmortal.
Y con ella llegó la sorpresa. Creo que el visionado de la esperpéntica «Seed« ayer me llenó de un buen karma que ha tenido su recompensa. El destino ha querido que sólo tuviera disponible la tercera parte de la saga Bloodrayne, y he podido asistir a un producto de divertimento palomitero bien hecho (!!). Sí, ese típico cine de acción y/o aventuras tan denigrado contínuamente y que suele dar de comer a esos críticos «culturetas» de meñique levantado que pagan las penas del último fiasco de Michael Bay con los productos mucho más modestos.
Sí señores míos, sí de nuevo. Uwe Boll ha vuelto a ganarse mi personal aprobado (2 de 7 contando «En el nombre del Rey«, aún tiene que repetir curso…). No voy a asignar una puntuación numérica por temor a posibles represalias futuras, pero sí roza un aprobado alto para mi corta percepción, y es una nota que no alcanzan otras películas del palo fantástico más conocidas como toda la trilogía de «Blade» o las alegres aventuras del sr. «Van Helsing». De hecho, si no hubiera vampiros en la trama y Michael Nachoff (ha escrito ésta y «En el nombre del Rey 2», cosa que gustará a Jal-9000) se hubiera aventurado a alargar la historia, seguramente hubiera quedado una película del palo bélico bastante aceptable. El tema es que sin vampiros seguro que Uwe Boll no contendría al maníaco que lleva dentro.
Y es ésta contención lo que le ha quedado bien. Las cosas encajan, tienen sentido, los planos no se cortan abruptamente y, antes de saturarnos con una situación, el tío pasa a otra rápidamente, dotando a la película de una dinámica de la que no pueden presumir muchas de sus obras.
Así como un actorazo llamado Ben Kingsley quedó muy acartonado en la primera entrega de esta saga, el malo de la tercera parte (Michael Paré, un habitual de Uwe que tuvo que prostituirse en «Seed») lo clava. Un personaje rígido y serio como el personaje del comandante no resulta soso en ningún momento, y es algo muy difícil de conseguir para un actor cuando rueda a las manos de Boll (si no echénle un ojo a la película anteriormente citada).
Todos los actores están en su sitio, y si tuviera que dar algún punto, los reservaría para Steffen Mennekes (el teniente nazi con más escrúpulos, convertido en vampiro por sus prometedoras dotes en un breve papel) pero, sobre todo, para un esperpéntico Menguele interpretado por Clint Howard («Apolo 13»). Howard maneja perfectamente al doctor, manteniéndolo muy cercano a la locura pero evitando, a la vez, caer en lo exagerado, siguiendo un límite muy poco definido. Cosa que tiene sus huevos.
De la protagonista poco decir… un escultural pibón llamado Nathassia Malthe («Mandíbulas», «Elektra») que se revuelca con el líder de la resistencia, un correcto Nathaniel (Brendan Fletcher) en la escena «excusa sin sentido para ver unas tetillas» de la película. Mención de honor para el momento «masaje en el burdel», en el que Uwe se recrea demasiado poco (este tío es un PUTO caballero).
Sí señores… dentro de toda la mierda que hemos visto, aún hay esperanza. De momento ya sé qué película establecer como el límite superior del cine de Uwe Boll (por el momento, no he visto «Rampage» aún), el problema va a estar a la hora del límite inferior. Ahora voy a verme la segunda parte, que está a punto de bajar y es en el oeste… ya no me espero mucho.
No olvidemos tampoco que esto se está valorando dentro de las posibilidades de Uwe. No vamos a ser aquí tan gilipollas como un 40% de los usuarios que votaron una puntuación de 1 en IMDB, que una cosa es que te guste el buen cine, y otra que seas un cinéfilo demasiado presuntuoso. La película se deja ver, y Kubrick puede seguir tranquilo en la tumba, que sabemos que él es mejor.