Post rescatado de Cine de serie B o inferior, publicado originalmente el 10/12/2008
Tal vez muchos de vosotros, los más inquietos, o vuestros padres, habréis oído hablar de la desaparición del primogénito, y heredero de la fortuna, del magnate del petróleo Rockefeller. Ésta tuvo lugar en las frondosas selvas de África Central, en los años 60, donde Rockefeller JR. hacía turismo. Su séquito y él se esfumaron, propiciando todo tipo de especulaciones al respecto: que si se había extraviado voluntariamente, hastiado del peso e impronta de su apellido, que si perdió la vida a manos de caníbales, que si aún vive en medio de gorilas, que si han visto a un anciano de melena blanca aún hace poco en esa zona… En fin…
La que yo describo a continuación si tiene más trascendencia y relieve, según mi humilde juicio. Hará cosa de un mes, mientras veía por 5ª vez «The Bronx Warriors«, se me ocurrió pensar en que andaba metido Mark Gregory, el más atípico de sus protagonistas y pseudo-Romeo en ese mítico film. A nadie le pasa desapercibido lo egregio de su persona: un gallardo y tonificado veinteañero, que camina enhiesto cuando no está liderando una banda de «bikers», parco, impasible, que sonrie menos que Terminator y magnetiza con su sola presencia.
Sabía de los posteriores trabajos de Mark Gregory, como estandarte de la «Italian exploitation», pero investigando a fondo todo sendero se perdía en 1989, cuando registra su último film. Contaba entonces con 25 años, una edad muy temprana para retirarse. Por suerte ya contamos entre nosotros con seguidores 100% involucrados en saber de él, sufragándose incluso viajes a Roma, deseosos de estrechar cariñosamente la mano de un icono de las «trash movies», nunca mejor dicho*. Pero nadie pasa del muro que supone el rumor de haberle visto trabajando de camarero en una pizzeria de la capital. Altamente surrealista.
Con todo, la hipótesis no deja de tener fundamento si atendemos al «background» de Mark, nacido Marco di Gregorio, y descubierto por Enzo Castellari, el director de «The Bronx Warriors», en un gimnasio de Roma cuando contaba con 17 años. Ahí comenzó una andadura cinematográfica y personal tan intensa como ardua y difícil de sobrellevar. De vender zapatos en una tienda en Roma a, meses después, en fiestas de los estudios de Hollywood con carácter de VIP, llevando a su novia de toda la vida, con un nivel de inglés aún lamentable que acentuaba lo peor de su «performance», y potenciaba su muy introvertida personalidad. Parece el típico ejemplo de alguien que entra en un mundo que no es el suyo por azar, y no vocación, y tan rápido como se adentra, desaparece, en ese infausto y obscuro 1989.
Como reza el título del artículo, pocos «desvanecimientos» resultan tan crípticos como el de nuestro protagonista. Con todo me consta la inaccesibilidad muchas veces de lidiar con la fama súbita, y si no que se lo pregunten a la actriz que daba vida a Lois Lane en el primer film de Superman. Acabó deambulando por Estados Unidos con la cabeza rapada y vistiendo harapos, balbuceando sinsentidos.
Esperemos Mark no haya seguido este trágico fin y lo peor que le pueda pasar es que le digan: «Yo pediré la 4 quesos y…espera, ¿tú no eras Trash en «Bronx Warriors»?